El Colegio Instituto San Pablo Misionero -inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia- espera construir una comunidad educativa que pueda responder a los deseos y las exigencias de verdad, belleza y bondad de los niños y jóvenes de la zona Sur de Santiago, en la perspectiva de una educación integral promoviendo una experiencia educativa de calidad que favorezca el desarrollo de ellos en el camino del conocimiento, las artes, el deporte y la cultura.
La propuesta educativa del ISPM buscará guiar y conducir el aprendizaje, armonizando fe y cultura, estimulando en los jóvenes una identidad fuerte y clara con espíritu crítico, de tolerancia y respeto, capaz de integrarse constructivamente en la sociedad a través del vínculo de la caridad y solidaridad con los más desposeídos, y en permanente dialogo con la sociedad del conocimiento en sus diversas expresiones y momentos, especialmente en el acompañamiento en la opción de una carrera profesional al final de su camino escolar.
El sujeto educativo responsable del ISPM velará por la unidad y calidad moral e intelectual de sus estamentos como garantía de un adecuado clima de estudio y de trabajo, como un ámbito que favorezca un constante diálogo con los diversos contextos – regionales, nacionales e internacionales- que inciden en la formación integral de los jóvenes que les permita insertarse dinámicamente en la globalización y al mismo tiempo asumir los desafíos propios del ambiente, comprometidos con la innovación y el cambio, y con una apertura a la totalidad de la realidad.
La propuesta educativa del ISPM privilegiará la educación del valor inderogable e inalienable de la persona y de todas las personas, del yo como sujeto de razón y libertad, llamado a vivir una dimensión comunitaria y misionera, como sujeto responsable de su vocación humana ante el Misterio, espacio sagrado desde el cual se desprende una solidaridad cívica y democrática hacia todos los hombres por encima de su raza, credo, clase social, discapacidad o cualquier forma de reduccionismo de lo humano.
El fin de todo conocimiento es la verdad. La tensión a descubrir, reconocer y aceptar la verdad, constituye uno de las características fundamentales de una actitud intelectual libre y auténticamente humana.
La verdad es objeto de conocimiento racional y afectivo, es decir, moviliza la liberta. Ella no puede reducirse a una fórmula o a un discurso abstracto, sino representa en su conjunto el develarse de cómo son y están las cosas en la realidad, y por tanto como interpelan a cada persona.
El sujeto participa del conocimiento. El ser se involucra con lo real desde el sombro y la curiosidad que deben ser favorecidas siempre como la condición para una autentica educación de calidad
La educación al conocimiento de la verdad debe sostener y favorecer la síntesis personal entre los problemas de la vida y los resultados del saber adquiridos mediante el estudio. El objeto de una educación de calidad debe ser la plenitud de cada estudiante en su calidad de persona.
El colegio ISPM -nacido de la espiritualidad del movimiento laico Comunión y Liberación y de la Fundación Domus- se estructura jurídicamente en torno a una Fundación Educacional y por tanto, sin fines de lucro, buscando servir especialmente a la familia, a los niños y jóvenes de sectores socio-económicos bajos y medios de la comuna de San Bernardo y sus alrededores, generando una propuesta educativa de calidad e inclusiva y un ambiente escolar que permita a sus estudiantes lograr los aprendizajes esperados.
El fin de todo conocimiento es la verdad. La tensión a descubrir, reconocer y aceptar la verdad, constituye uno de las características fundamentales de una actitud intelectual libre y auténticamente humana.
La verdad es objeto de conocimiento racional y afectivo, es decir, moviliza la liberta. Ella no puede reducirse a una fórmula o a un discurso abstracto, sino representa en su conjunto el develarse de cómo son y están las cosas en la realidad, y por tanto como interpelan a cada persona.
El sujeto participa del conocimiento. El ser se involucra con lo real desde el sombro y la curiosidad que deben ser favorecidas siempre como la condición para una autentica educación de calidad
La educación al conocimiento de la verdad debe sostener y favorecer la síntesis personal entre los problemas de la vida y los resultados del saber adquiridos mediante el estudio. El objeto de una educación de calidad debe ser la plenitud de cada estudiante en su calidad de persona.
“todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y que la perfectibilidad inherente a la naturaleza humana, se despliega en procesos de autoafirmación personal y de búsqueda permanente de trascendencia”,
Una propuesta auténticamente educativa va dirigida a la libertad del otro como solicitud de una respuesta o como apelación a una responsabilidad personal.
La libertad no va nunca sustituida o reducida por método o actitud alguna de los adultos, esto es lo que pone en el centro de la vida escolar al alumno.
La libertad que parte como libre albedrio se consolida como expresión de compromiso en su adhesión al ser de las cosas, y es la condición de la auténtica posesión de las cosas por sobre un “hacer lo que se quiere”. Solo la libertad conscientemente aceptada y ejercida construye el bien común como espacio de humanidad.
La disposición a la verdad y al bien es la conciencia del hombre original como apertura al misterio del otro, la propia vida, el cosmos y de la historia. En la apertura de la razón y de la libertad se juega la lealtad del conocimiento por sobre los propios prejuicios y de una pretendida neutralidad. Afirmar lo real es lo que permite en el tiempo “amar más la verdad que a uno mismo”. La escuela es un método para alcanzar esta dimensión es “una escuela en la escuela”, es decir, un punto de agregación en que no decae la tensión al aprendizaje. “Se aprende por amor a la verdad y se enseña por amor al hombre”.
La tensión al bien y la verdad genera un clima educativo que sostiene una efectiva opción por el conocimiento, sea de un punto de vista cognoscitivo como existencial. El escepticismo y la duda puede ser un punto de llegada, pero no de partida.
La moralidad es una apuesta por la confianza entre quienes construyen un lugar educativo, así como la expresión de una actitud y pensamiento crítico. Educar para construir es posible en un clima de confianza y de crítica, sin razones adecuadas se improvisa siempre, en cambio la confianza y la crítica nacen de una capacidad de examinarlo todo quedándose con lo bueno.
No basta con afirmar el bien como fin del hombre, es preciso descubrirlo como “don conmovido de sí mismo” en cada cita con la realidad, desde las circunstancias más normales a aquellas extraordinarias en que viene solicitado lo humano como testigo privilegiado del acontecer. Nuestro lema es el himno a la caridad de San Pablo.
El sujeto de la caridad es el yo que se dona, no las causas o las promesas, sino la conciencia de la cual brota gratuitamente la propia humanidad. Caridad como gratuidad total que permite recomenzar por sobre los límites del otro y de mí mismo, pero con el otro, por sobre cualquier cálculo.
Educar en la caridad “hasta que duela” así que se comprenda el origen y destino común de los hombres. La caridad como enseña el cristianismo, camina acompañada de la fe y la esperanza, es decir de una certeza en el presente y en bien del futuro. Ante la soledad y las enfermedades mentales –especialmente- que domina cada vez más el contexto de hoy, la certeza que el hombre no está solo.
Se trata del derecho y deber de estar presente ante las necesidades humanas a través de un compromiso en que se juegan las convicciones que se han aquilatado buscando crear un sujeto social, una compañía que responda ante dificultades, catástrofes o injusticias.
Caridad y solidaridad se implican como movimiento de una lealtad hacia los necesitados en que descubrir nuevos horizontes y nuevos compañeros de caminos, que pongan de relieve lo humano que está en riesgo. Compartir las necesidades para compartir el sentido de la vida.
Se busca que calidad y solidaridad caminen como dos ejes centrales e inseparables del PEI en la certeza de su reciproco potenciamiento.
La persona crece más libre en la medida que pueda desarrollar las dimensiones y relaciones que la constituyen. La “comunidad” es dimensión de la persona, no sólo fenómeno colectivo, y tiene una alta importancia cognoscitiva y moral.
Ante todo la vida comunitaria es origen de conocimiento y de cultura, porque en ella el saber se vuelve encuentro y diálogo.
En segundo lugar, la vida comunitaria sostiene y hace posible la moralidad como habitus y como ayuda a mantener a la persona en posición de una continua pregunta, es decir, de viva conciencia de la realidad.
Por último, un real proceso de verificación personal difícilmente acontece fuera de un contexto comunitario, en este sentido se privilegiara educar en el “trabajo en equipo” a todos quienes son parte de la comunidad educativa, y muy especialmente a los alumnos desde la educación inicial.